Günter Grass- el poeta entre el horror
PREGUNTA. Como ser humano, ¿qué le da la escritura diaria de
poesía?
RESPUESTA. Mi primer libro salió en los años cincuenta y fue
un libro de poesía con dibujos. Solo más tarde empecé a escribir la novela El
tambor de hojalata. En aquella época estaba en Berlín estudiando escultura.
Escribía una novela y cuando la acababa tenía que cambiar de medio. En ese
momento era la poesía, porque me daba cuenta de que al identificarme con tantas
figuras de las novelas me alejaba de mí mismo. Y quería volver a mí mismo, y
medirme también conmigo mismo en cierto sentido.
P. Y dibujaba.
R. Cuando dibujaba mucho tiempo tenía que volver a las
palabras, a la poesía. Intentaba volver a reencontrarme, y a encontrar también
el lugar en el que estaba porque toda mi actividad anterior me alejaba de mí
mismo.
P. ¿Qué encuentra cuando vuelve a sí mismo?
R. En los años 50 y 60 tuve que llevar gafas y escribí un
poema en el que aludía al asunto… En ese poema digo que todo es más preciso
pero está en oblicuo, que las impurezas se ven con más exactitud. Y a lo largo
de los años también me doy cuenta del proceso de envejecimiento, de que hay
cierta fatiga de los materiales del cuerpo y de que hay que acudir a un taller
de reparación. También adquiero la conciencia de que todo es finito.
P. ¿Siempre tuvo esa impresión, también en su juventud?
R. Para mí estuvo clarísimo muy pronto, porque
filosóficamente no estaba bajo la influencia de Heidegger sino de Camus. Es
decir, que vivimos ahora y tenemos la posibilidad de hacer algo ahora con
nuestra vida. Es El mito de Sísifo, que conocí después de la guerra. Con el
transcurso de los años me di cuenta de que tenemos la posibilidad de la
autodestrucción, algo que antes no existía: se decía que la Naturaleza era la
que la producía las hambrunas, las sequías, algo cuya responsabilidad estaba en
otra parte. Por primera vez somos responsables, tenemos la posibilidad y la
capacidad de autodestruirnos y no se hace nada para eliminar del mundo ese
peligro. Al lado de la miseria social que hay por todas partes ahora tenemos el
problema del cambio climático, cuyas consecuencias ni siquiera tenemos en
cuenta. Hay una reunión tras otra y la problemática sigue igual: no se hace
nada.
P. Y los problemas aumentan.
R. Debemos añadir a eso el problema de la superpoblación.
Todo junto me hace darme cuenta de que las cosas son finitas, de que no tenemos
un tiempo indefinido. Si tenemos en cuenta el tiempo de existencia de nuestro
planeta, sólo nos queda reconocer que somos unos invitados que pasamos un
tiempo corto y muy determinado en este mundo y que lo único que dejamos atrás
es la basura atómica. Si algún día alguien quiere saber qué es lo que hemos
hecho lo que nos caracterizará será la basura atómica... En los años 70 y 80
escribí dos novelas épicas, El rodaballo y La ratesa; la capacidad del hombre
para autodestruirse de la que hablo está reflejada en esas novelas.
P. No hay un solo libro de prosa entre los suyos que no vaya
hacia el centro de su propia vida, desde El tambor de hojalata hasta Pelando la
cebolla o A paso de cangrejo… La ficción le sirve para contar su realidad por
dentro…
R. Sí, y por eso quiero decir que este nuevo libro que va a
salir en otoño es de textos breves en los que quiero mostrar la relación
intensa entre la prosa y la lírica. Los germanistas normalmente separan entre
géneros. Yo los quiero ver juntos porque creo que tienen relación: los límites
entre la prosa y la lírica para mí no están definidos, están diluidos.
(Entrevista de Juan Cruz, el País)
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