Algo en lo que creer, la complejidad de la vida
Tras muchos años trabajando en una tienda, Lyle vive ahora siguiendo el ritmo de las estaciones en la granja que comparte con su mujer en un pueblo de Wisconsin. Están felices porque su hija Shiloh, madre soltera con la que mantienen una complicada relación desde su adolescencia, ha vuelto a casa con Isaac, su nieto de cinco años. Pero Shiloh está saliendo con un pastor evangélico que ejerce una enorme influencia sobre ella. Lyle teme que vuelvan a irse de casa y perderlos de nuevo.
En su tercera novela, Butler sigue demostrando que es un maestro en la construcción de personajes y en la recreación de un espacio geográfico, el Medio Oeste americano, que pocos conocen mejor que él. Algo en lo que creer explora las relaciones entre padres e hijos, abuelos y nietos: una historia sobre la comunidad y la familia, y sobre lo que estamos dispuestos a hacer para cuidar y proteger a quienes amamos.
Butler es un buen escritor y esquiva con habilidad el maniqueísmo: su personaje principal, Lyle , no es un hombre que haya decidido simplemente no creer. Es un hombre con dudas. Un hombre que lleva años acudiendo a la misa dominical porque su viejo amigo Charlie es el pastor, y porque le transmite de vez en cuando algo de su propio extravío espiritual; un hombre con curiosidad y hambre de saber, o de entender, que encuentra en las charlas con Charlie y con su primo Roger, misionero en Costa de Marfil, al mismo tiempo luz y desconcierto. ¿En qué decide creer un ser humano? La magnífica secuencia final arroja luces y preguntas, que es lo que debe exigirse de la buena literatura. Butler ha escrito, y no es poco, una historia que importa. Como siempre, habla del hombre estadounidense, y como es de esperar, del hombre en general.
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